Que
me quiten mi certificación de omnívoro desaforado si no son las taquerías los
negocios más numerosos de México. Por fortuna hay más que iglesias y acertadamente
su número se aproxima al de las cantinas. En razón de ello la categorización de
las mismas es sumamente complicada, no veo valiente que se anime a hacerlo y
así con toda humildad recomendaré de manera individual o por zonas estos
espacios del deleite y el alto riesgo (estomacal).
El
mercado de abastos de San Luis Potosí siempre me ha parecido una especie de Mos
Eisley terrestre, lugar mala vibra donde se comercian los alimentos que han de
poblar nuestra mesa e incluso la “verdura” de cientos de taquerías. Ni hablar
de los bares que la rodean, no hubiese sobrevivido ahí Han Solo. Aún mi amigo
Hugo, mecánico de la zona y largamente curtido en esos arrabales me ha
recomendado alejarme de ahí incluso para cantineras investigaciones
antropológicas, yo le hago caso. Pero se come bien en el mercado, eso ni duda.
Y
uno de los lugares en que se come bien es en la Taquería Marín; hay dos, una
frente a otra en la calle 4ª Oriente, yo me inclino por la II no por otra cosa
mas por ser algo más amplia que la primera y por la extraña razón de que en esa
se acercan mejores duetos norteños de los que van de puesto en puesto buscando
alguna voluntaria moneda. Así entre una bodega de abarrotes y otra de chiles
secos y especias florecen los aromas de la oferta de la casa: barbacoa de res y
puerco, cabeza, campechanos (de las 2 barbachas), combinado (bistec y barbacoa),
lengua, pastor, machitos y el infaltable y siempre artificialmente coloreado chorizo.
Las bebidas también son selectas, Jarritos y Boing’s multisabores además de mal
escondidas cervezas Corona y Victoria, por aquello de no respetar el despunte del
mediodía a causa de alguna malvibrosa cruda.
En
lo personal prefiero los campechanos y los de cabeza, aunque está de por medio
mi devota afición a la barbacoa. Hay cuatro salsas distintas a cual más de
buena, una de ellas un extraviado chimichurri que pues vaya, sirve para
experimentar, que de eso se trata la vida.
De
los precios ni se apuren, como buena taquería sus costos son bara bara para el
pueblo; con 50 pesos uno sale bien comido, post crudeado en su caso y listo
para enfrentar el mundo con todas las vicisitudes que no podrían solventarse
sin una orden surtida con verdura y limoncito.